TRIBUTO A LOS JUEGOS DEL HAMBRE
Momentos destacados entre Katniss y Peeta:
Primer
libro
Momento 23 seleccionado (por partes):
Me
siento tan cerca de Peeta que estoy prácticamente sobre su regazo, aunque basta
echarle un vistazo a Haymitch para saber que no es suficiente, así que me quito
las sandalias, subo los pies al sofá y apoyo la cabeza en el hombro de Peeta.
Él me rodea con un brazo automáticamente, y yo me siento como si estuviera de
nuevo en la cueva, acurrucada a su lado, intentando entrar en calor.
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Sobre
todo, imágenes de Peeta, en realidad, porque está claro que él lleva el peso
del romance sobre los hombros. Ahora veo lo que vio la audiencia, cómo engañó a
los tributos profesionales sobre mí, cómo se quedó despierto toda la noche bajo
el árbol de las rastrevíspulas, cómo luchó contra Cato para dejarme escapar e,
incluso tumbado en la orilla embarrada, cómo susurraba mi nombre en sueños. En
comparación, yo parezco un témpano
de
hielo (esquivo bolas de fuego, dejo caer nidos y hago estallar las provisiones)
hasta que voy a por Rue.
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Lo
único que no hago ni un momento es soltar la mano de Peeta.
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--Bueno, Peeta, por vuestros días en la cueva ya
sabemos que para ti fue amor a primera vista desde los... ¿cinco años? --pregunta.
--Desde el momento en que la vi.
--Pero, Katniss, menuda experiencia para ti. Creo que
la verdadera emoción para el público era ver cómo te enamorabas de él. ¿Cuándo
te diste cuenta de que lo amabas?
--Oh, es una pregunta difícil...
Dejo
escapar una risita débil y entrecortada, y me miro las manos. Ayuda.
--Bueno, yo sé cuándo me di cuenta: la noche que
gritaste su nombre desde aquel árbol --dice él.
«¡Gracias,
Caesar!», pienso, y sigo con su idea.
--Sí, supongo que sí. Es decir, hasta ese momento intentaba
no pensar en mis emociones, la verdad, porque era muy confuso, y sentir algo
por él sólo servía para empeorar las cosas. Pero, entonces, en el árbol, todo
cambió.
--¿Por qué crees que fue?
--Quizá... porque, por primera vez... tenía la
oportunidad de conservarlo.
Veo
que Haymitch resopla con alivio detrás de un cámara y sé que he dicho lo
correcto. Caesar saca un pañuelo y se toma un momento, porque está conmovido.
Noto que Peeta apoya la frente en mi sien y me pregunta:
--Entonces, ahora que me tienes, ¿qué vas a hacer
conmigo?
--Ponerte en algún sitio en el que no puedan hacerte
daño --respondo, volviéndome hacia él. Cuando me besa, la gente del
cuarto deja escapar un suspiro, de verdad.
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--¿Pierna nueva? --pregunto, y no puedo evitar
subirle la pernera del pantalón--. Oh, no --susurro al ver el
dispositivo de metal y plástico que ha reemplazado a su carne.
--¿No te lo había dicho nadie? --pregunta
Caesar con amabilidad, y yo sacudo la cabeza.
--No he tenido ocasión de hacerlo --dice
Peeta, encogiéndose de hombros.
--La culpa es mía, por usar aquel torniquete.
--Sí, por tu culpa sigo vivo --responde Peeta.
--Tiene razón --asegura Caesar--.
Seguro que se habría desangrado sin el torniquete.
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--No lo sé, es que... no podía soportar la idea de...
vivir sin él.
--Peeta, ¿algo que añadir?
--No, creo que eso vale para los dos.
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