martes, 14 de mayo de 2013



TRIBUTO A LOS JUEGOS DEL HAMBRE

 Momentos destacados entre Katniss y Peeta:


Primer libro 


Momento 1:


Me paso aturdida la primera parte de la entrevista de Peeta, aunque veo que tiene al público en sus manos desde el principio; los oigo reír y gritar. Está utilizando lo de ser el hijo del panadero para comparar a los tributos con los panes de sus distritos. Después cuenta una anécdota divertida sobre los peligros de las duchas del Capitolio. 







Dime, ¿todavía huelo a rosas? -le pregunta a Caesar, y después se pasan un rato olisqueándose por turnos, lo que hace que todos se partan de risa. Empiezo a recuperar la concentración cuando Caesar le pregunta si tiene una novia en casa.

Peeta vacila y después sacude la cabeza, aunque no muy convencido.





- ¿Un chico guapo como tú? Tiene que haber una chica especial. Venga, ¿cómo se llama?

- Bueno, hay una chica -responde él, suspirando-. Llevo enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero estoy bastante seguro de que ella no sabía nada de mí hasta la cosecha.

La multitud expresa su simpatía: comprenden lo que es un amor no correspondido.

-¿Tiene a otro?

- No lo sé, aunque les gusta a muchos chicos.

- Entonces te diré lo que tienes que hacer: gana y vuelve a casa. Así no podrá rechazarte, ¿eh? -lo anima Caesar.

Creo que no funcionaría. Ganar... no ayudará, en mi caso.





¿Por qué no? -pregunta Caesar, perplejo.

Porque... -empieza a balbucear Peeta, ruborizándose-. Porque... ella está aquí conmigo.

Durante un momento, las cámaras se quedan clavadas en la mirada cabizbaja de Peeta, mientras todos asimilan lo que acaba de decir. Después veo mi cara, boquiabierta, con una mezcla de sorpresa y protesta, ampliada en todas las pantallas: ¡soy yo! ¡Dios mío, se refiere a mí! Aprieto los labios y miro al suelo, esperando esconder así las emociones que empiezan a hervirme dentro.

Vaya, eso sí que es mala suerte -dice Caesar, y parece sentirlo de verdad.

La multitud le da la razón en sus murmullos y unos cuantos han soltado grititos de angustia.

No es bueno, no -coincide Peeta.

En fin, nadie puede culparte por ello, es difícil no enamorarse de esa jovencita. ¿Ella no lo sabía?

Hasta ahora, no -responde Peeta, sacudiendo la cabeza.
Me atrevo a mirar un segundo a la pantalla, lo bastante para comprobar que mi rubor es perfectamente visible.

¿No les gustaría sacarla de nuevo al escenario para obtener una respuesta? -pregunta Caesar a la audiencia, que responde con gritos afirmativos-. Por desgracia, las reglas son las reglas, y el tiempo de Katniss Everdeen ha terminado. Bueno, te deseo la mejor de las suertes, Peeta Mellark, y creo que hablo por todo Panem cuando digo que te llevamos en el corazón.

El rugido de la multitud es ensordecedor; Peeta nos ha borrado a todos del mapa al declarar su amor por mí. Cuando el público por fin se calla, mi compañero murmura un «gracias» y regresa a su asiento. Nos levantamos para el himno; yo tengo que alzar la cabeza, porque es una muestra de respeto obligatoria, y no puedo evitar ver que en todas las pantallas aparece una imagen de nosotros dos, separados por unos cuantos metros que, en las mentes de los espectadores, deben de parecer insalvables. Pobre pareja trágica.

Sin embargo, yo sé la verdad.



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