martes, 28 de mayo de 2013


TRIBUTO A LOS JUEGOS DEL HAMBRE

Momentos destacados entre Katniss y Peeta:



Primer libro

Momento 16 seleccionado:

--Quizás haya un arbusto del pan en ese campo --digo--. Quizá por eso Thresh parece mejor alimentado ahora que cuando empezaron los juegos.

--O eso, o tiene unos patrocinadores muy generosos --responde Peeta--. Me pregunto qué tendríamos que hacer para que Haymitch nos enviase un poco de pan.

Arqueo las cejas antes de recordar que él no sabe nada del mensaje que nos envió Haymitch hace un par de noches: un beso equivale a una olla de caldo. Tampoco es algo que pueda soltar sin más, porque decirlo en voz alta haría al público sospechar que nos inventamos nuestro romance para granjearnos sus simpatías, y eso no nos daría nada de comer. Tengo que volver a poner las cosas en su sitio de un modo que resulte creíble. Algo sencillo, para empezar. Le estrecho una mano.

--Bueno, probablemente gastó muchos recursos para ayudarme a dejarte fuera de combate --comento, en tono travieso.

--Sí, en cuanto a eso --responde él, entrelazando sus dedos con los míos--, no se te ocurra volver a hacerlo.

--¿O qué?

--O..., o... --No se le ocurre nada bueno--. Espera, dame un minuto.

--¿Hay algún problema? --pregunto, sonriendo.

--El problema es que los dos seguimos vivos, lo que, en tu cabeza, refuerza la idea de que hiciste lo correcto.

--Sí que hice lo correcto.

--¡No! ¡No lo hagas, Katniss! --Me aprieta la mano con fuerza, haciéndome daño, y noto por su voz que está enfadado de verdad--. No mueras por mí. No me harías ningún favor, ¿de acuerdo?

--Quizá también lo hice por mí, Peeta --respondo; aunque me sorprende su intensidad, entiendo que es una oportunidad excelente para conseguir comida, así que intento seguirle el rollo--. Quizá lo hice por mí, Peeta, ¿se te había ocurrido pensarlo? Quizá no eres el único que..., que se preocupa por... qué pasaría si...

Estoy mascullando, las palabras no se me dan tan bien como a Peeta, y, mientras hablo, la idea de perderlo de verdad vuelve a golpearme y me doy cuenta de lo mucho que me dolería su muerte. No es sólo por los patrocinadores, no es por lo que pasaría al volver a casa y no es que no quiera estar sola; es él, no quiero perder al chico del pan.

--¿Qué pasaría si qué, Katniss? --me pregunta, en voz baja.
Ojalá pudiera cerrar las compuertas, bloquear este momento y ponerlo fuera del alcance de los entrometidos ojos de Panem, aunque significara perder comida. Lo que yo sienta es asunto mío.

--Ésa es la clase de tema que Haymitch me dijo que evitara --respondo, a la evasiva, aunque Haymitch nunca me haya dicho nada parecido. De hecho, seguramente me está maldiciendo a voces por soltar la pelota en un momento con tanta carga emotiva. Pero, de algún modo, Peeta recoge la pelota.

--Entonces tendré que rellenar los huecos yo solo --dice, acercándose.
Es el primer beso del que ambos somos plenamente conscientes. Ninguno está debilitado por la enfermedad o el dolor, ni tampoco desmayado; no nos arden los labios de fiebre ni de frío. Es el primer beso que de verdad hace que se me agite algo en el pecho, algo cálido y curioso. Es el primer beso que me hace desear un segundo.




Sin embargo, el segundo beso no llega. Bueno, sí, pero no es más que un besito en la punta de la nariz, porque Peeta se ha distraído con algo.

--Creo que tu herida vuelve a sangrar. Venga, túmbate. De todos modos, es hora de dormir.

Ya tengo los calcetines bastante secos, así que me los pongo y obligo a Peeta a ponerse de nuevo su chaqueta, porque es como si el frío húmedo se me metiese en los huesos y él debe de estar helado. Además, insisto en hacer el primer turno de guardia, aunque ninguno de los dos creemos que alguien aparezca con este tiempo. No obstante, él sólo acepta a condición de que yo también me meta en el saco, y tiemblo tanto que no tendría sentido negarme. A diferencia de hace dos noches, cuando notaba que Peeta estaba a varios kilómetros de mí, ahora mismo me abruma su proximidad. Cuando nos tumbamos, él me baja la cabeza para que use su brazo de almohada, mientras me pone encima el otro brazo, como si deseara protegerme, incluso dormido. Hace mucho tiempo que nadie me abraza así; desde que mi padre murió y dejé de confiar en mi madre, ningún brazo me ha hecho sentir tan a salvo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario