TRIBUTO A LOS JUEGOS DEL HAMBRE
Momentos destacados entre Katniss y Peeta:
Primer
libro
Momento 16 seleccionado:
--Quizás haya un arbusto del pan en ese campo --digo--.
Quizá por eso Thresh parece mejor alimentado ahora que cuando empezaron los
juegos.
--O eso, o tiene unos patrocinadores muy generosos --responde
Peeta--. Me pregunto qué tendríamos que hacer para que Haymitch nos
enviase un poco de pan.
Arqueo las cejas antes de recordar que él no sabe nada del mensaje que nos envió
Haymitch hace un par de noches: un beso equivale a una olla de caldo. Tampoco
es algo que pueda soltar sin más, porque decirlo en voz alta haría al público
sospechar que nos inventamos nuestro romance para granjearnos sus simpatías, y
eso no nos daría nada de comer. Tengo que volver a poner las cosas en su sitio
de un modo que resulte creíble. Algo sencillo, para empezar. Le estrecho una
mano.
--Bueno, probablemente gastó muchos recursos para
ayudarme a dejarte fuera de combate --comento, en tono travieso.
--Sí, en cuanto a eso --responde él,
entrelazando sus dedos con los míos--, no se te ocurra volver a hacerlo.
--¿O qué?
--O..., o... --No se le ocurre nada bueno--.
Espera, dame un minuto.
--¿Hay algún problema? --pregunto, sonriendo.
--El problema es que los dos seguimos vivos, lo que,
en tu cabeza, refuerza la idea de que hiciste lo correcto.
--Sí que hice lo correcto.
--¡No! ¡No lo hagas, Katniss! --Me aprieta la
mano con fuerza, haciéndome daño, y noto por su voz que está enfadado de verdad--.
No mueras por mí. No me harías ningún favor, ¿de acuerdo?
--Quizá también lo hice por mí, Peeta --respondo;
aunque me sorprende su intensidad, entiendo que es una oportunidad excelente
para conseguir comida, así que intento seguirle el rollo--. Quizá lo
hice por mí, Peeta, ¿se te había ocurrido pensarlo? Quizá no eres el único
que..., que se preocupa por... qué pasaría si...
Estoy
mascullando, las palabras no se me dan tan bien como a Peeta, y, mientras
hablo, la idea de perderlo de verdad vuelve a golpearme y me doy cuenta de lo
mucho que me dolería su muerte. No es sólo por los patrocinadores, no es por lo
que pasaría al volver a casa y no es que no quiera estar sola; es él, no quiero
perder al chico del pan.
--¿Qué pasaría si qué, Katniss? --me pregunta,
en voz baja.
Ojalá
pudiera cerrar las compuertas, bloquear este momento y ponerlo fuera del
alcance de los entrometidos ojos de Panem, aunque significara perder comida. Lo
que yo sienta es asunto mío.
--Ésa es la clase de tema que Haymitch me dijo que
evitara --respondo, a la evasiva, aunque Haymitch nunca me haya dicho
nada parecido. De hecho, seguramente me está maldiciendo a voces por soltar la
pelota en un momento con tanta carga emotiva. Pero, de algún modo, Peeta recoge
la pelota.
--Entonces tendré que rellenar los huecos yo solo --dice,
acercándose.
Es
el primer beso del que ambos somos plenamente conscientes. Ninguno está
debilitado por la enfermedad o el dolor, ni tampoco desmayado; no nos arden los
labios de fiebre ni de frío. Es el primer beso que de verdad hace que se me
agite algo en el pecho, algo cálido y curioso. Es el primer beso que me hace
desear un segundo.
Sin
embargo, el segundo beso no llega. Bueno, sí, pero no es más que un besito en
la punta de la nariz, porque Peeta se ha distraído con algo.
--Creo que tu herida vuelve a sangrar. Venga,
túmbate. De todos modos, es hora de dormir.
Ya
tengo los calcetines bastante secos, así que me los pongo y obligo a Peeta a
ponerse de nuevo su chaqueta, porque es como si el frío húmedo se me metiese en
los huesos y él debe de estar helado. Además, insisto en hacer el primer turno
de guardia, aunque ninguno de los dos creemos que alguien aparezca con este
tiempo. No obstante, él sólo acepta a condición de que yo también me meta en el
saco, y tiemblo tanto que no tendría sentido negarme. A diferencia de hace dos
noches, cuando notaba que Peeta estaba a varios kilómetros de mí, ahora mismo
me abruma su proximidad. Cuando nos tumbamos, él me baja la cabeza para que use
su brazo de almohada, mientras me pone encima el otro brazo, como si deseara
protegerme, incluso dormido. Hace mucho tiempo que nadie me abraza así; desde
que mi padre murió y dejé de confiar en mi madre, ningún brazo me ha hecho
sentir tan a salvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario